Es que mi ciudad está muy lejos del mar.
Volví hace poco, dejando ahí mis palabras: con la historia contada no soy más que un momento.
Pero cuando llegué, me puse a cantar; la fiebre extraña del recuerdo me ilumína – y en mi espalda las alas están creciendo.
Hoy me emborracho – que llegó la lluvia, y el agua disolvió la luz, que, como fruta madura y dorada, respiraba en un rincón del jardín.
Tengo aquí un poquito de esa agua – y ahora sigo, llena y borracha, bebiendo, hasta la última gota – y me levanto: un dedo, dos deditos del suelo – y me caigo, riendo.
Tiernas son mis alas, nueva es mi voz aún.